Reseña:
De acuerdo: ¡todo lo
que yo diga podrá ser utilizado en mi contra ante un tribunal, pero
no tengo el derecho a permanecer en silencio! Vale, me sobrepasé un
poco con el inicio, normalmente estas cosas las hace Alex
—atolondrao
ese—. Pero no pude evitarlo. La historia me ha dejado con la
mandíbula desencajada. No quiero hacer mucho spoiler
para aquel que no lo haya leído, pero seré bastante claro: ¡la
trama da un giro de tuerca impensable! ¡Uf!, ya estoy como Judith
cuando habla con su amiga —malditas hormonas femeninas esparcidas
por doquier—.
Lo
siento, se me fue la Santo al cielo. A lo que iba: el título de la
historia, en un principio, te hace pensar en una cosa que luego se
representa de una forma totalmente distinta en la historia. Es
increíble la narrativa de Ingrid y como las cosas van adquiriendo,
a medida que avanza la historia, todo un lujo de entendimiento que
dices «¡Ostia,
que era eso!».
No me he leído muchos libros en comparación con mi padre (editor
de la colección Montena), pero he leído los suficientes como para
saber que este tipo de historias son realmente las que más agradan
a alguien. Porque, como bien se dice en la sinopsis, se acabaron los
vampiros, los ángeles y los demonios, que ya están muy vistos.
La
historia del gato que Ginger Vanderbilt recoge me parece oscura y
siniestra. Supongo que algunos lectores de esta historia, y la
autora en sí, entenderán más o menos por dónde van los tiros. No
obstante, seré lo más específico posible para que me entiendan:
me refiero a todo por lo que tuvo que pasar ese pobre animal
—¡ejem!—.
La
historia es tierna y hermosa.
Como se desenvuelve todo al final de la historia... es francamente
increíble. Debo decir que estas hecha para las novelas de misterio,
en serio. La forma en la que cohesionas los hechos del principio con
un tramo más adelantado de la historia, que va surgiendo poco a
poco sin que nos percatemos hasta que una chispa de duda nos carcome
y, al final, acabas desvelando la verdad, es asombroso. Me quito el
sombrero que no tengo y la tapa de los sesos.
Pero
yendo al tema de la ortografía. Ha estado muy bien, pero repasa un
poco el tema de los guiones, ahí es donde fallas. Hay veces que, al
poner el primer guión, dando comienzo al diálogo, separas la
primera palabra. No obstante, prefiero no resaltar mucho este tema,
ya que esos fallos son fácilmente corregibles viendo tu alto nivel
de escritura. Comprendo perfectamente esos fallos que uno comete. Es
como nosotros en las redacciones: las escribimos con gran afán, se
las damos a nuestro profesor de Lengua y, tras entregárnosla con la
corrección hecha, nos encontramos con algunos fallos de los que no
hemos reparado pese a haberla releído tres billones de veces.
Y,
visto que la reseña se me hizo corta —no sé cómo expresar
tantas emociones juntas—, añadiré una parte del capítulo 1 que
me encantó. No pongo del capítulo 2 en adelante para no adelantar
acontecimientos a aquel que no haya leído la historia y esté
interesado/a en hacerlo.
Se
agachó frente a Sebastian y
le inclinó la caja para que asomara la cabeza.
Estaba
llena de arena medio mojada con una que otra hierva.
—Escucha,
esto —señaló dentro de la caja— es para que hagas tus
necesidades, ya sabes, eres un gato y los gatos escarban —hizo
ademán de escarbar sin tocar la tierra— y hacen pis o hacen pup
—se levantó y volvió a escabullirse bajo la cama—. Te lo voy a
dejar aquí y espero que recuerdes todo lo que te he dicho.
Sebastian no
entendió una sola palabra pero caminó cauteloso a la braga-cama,
olisqueó el detergente con el que estaban lavadas, escarbó un poco
para ahuecarlas, dio un par de vueltas alrededor de sí y se hizo un
ronroneante ovillo negro envolviéndose con su cola.
Ginger
lo observó un momento hasta que sus párpados pesaron como el plomo
y se metió en la cama.
(Cita
del
Capítulo 1)
Ingrid:
mil y una felicitaciones y mucha suerte con tus próximos proyectos.
De verdad, eta historia nos ha encantado.